Por Adriana Rodriguez C.

 Después de un estrecho balotaje, Mauricio Macri llegó a la presidencia de la Argentina en noviembre de 2015. El empresario se ha destacado por su dirigencia futbolística y sus comentarios que titubean entre un cuasi-analfabetismo político y un machismo confeso. Cuando era jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires declaró en una entrevista que: “A todas las mujeres les gustan que les digan un piropo (…) Aquellas que dicen que no, que se ofenden, no les creo nada (…). No puede haber nada más lindo (que un piropo), por más que esté acompañado de una grosería, que te digan qué lindo culo que tenés, está todo bien”.  Los comentarios se desarrollaron justamente en un país que tiene un alto grado de organización y movilización de mujeres con resonancia internacional.

Téngase en cuenta la carga de prejuicios que puede tener un solo comentario cuando lo hace un político en un medio de comunicación: el insulto se naturaliza, la violencia se convierte en una burla que pesa sobre los cuerpos de las mujeres. Un buen culo tiene que ser reconocido por los machos en las calles, porque los cuerpos que importan, como diría Judith Butler, ya han sido definidos por el patriarcado: esbeltos, altos y blancos. La posición entonces es radical, todas las mujeres deben soportar las ofensas públicas. Pero eso no es todo: del insulto individual pasó en lo posterior a las acciones colectivas. Hasta el momento, decenas de miles de trabajadores públicos han sido despedidos. Todavía no se tienen datos sobre cómo esto ha afectado a las mujeres, sin embargo, sabemos de sobra que cuando ocurren medidas de ajuste laboral, las trabajadoras son las más afectadas. Las feministas argentinas se preguntan el futuro de las políticas de género.

Por otro lado, Michel Temer, el actual y controvertido presidente interino de Brasil ha conformado ya su gabinete, masculino y blanco, después de la injusta y criminal suspensión de Dilma Rouseff el pasado 12 de mayo. Entre sus primeras medidas está la eliminación del ministerio de Mujeres e Igualdad Racial, lo cual es coherente con la composición misógina y racista de su gobierno. El dato es más impresionante cuando vemos las cifras demográficas: el 51% de la población es negra y mulata. Y es que el racismo de las élites políticas nunca fueron asiladas de otras formas de discriminación. De esta forma, el racismo y el machismo se potencian solidariamente para frenar cualquier avance progresista por derrocarlos.

Los roles públicos para las mujeres en este retorno del machismo político, son –por decir lo menos- sombríos. Ambos presidentes están casados con “hermosas” mujeres, famosas ex modelos. María Juliana Awada, empresaria de textil e ícono de la moda porteña, tiene en su firma la empresa Cheeky, la cual ha sido denunciada por mantener talleres clandestinos de mujeres migrantes (principalmente bolivianas). El caso de Marcela Tedeschi Araújo Temer es un ejemplo aún más decidor: su esposo es 43 años mayor, se casaron cuando ella tenía apenas 20 años. Temer ha sostenido en varias entrevistas que su esposa es “muy reservada”, es decir, silenciosa. La ex modelo, quien concursó en varios eventos de belleza se graduó de derecho, luego de varios intentos por conseguir la licenciatura, en 2011. No obstante el esfuerzo, nunca ejerció su profesión y se dedica a cuidar a sus hijos en el Palacio de Jaburu. Como si fuera un cuento de hadas (o pesadilla), la bella casi nunca hace declaraciones públicas. Mujeres de pasarela, madres y exitosas, se presentan de nuevo en la performance política como el ideal de lo femenino en el capitalismo heteropatriarcal. No es para sorprenderse que el gobierno de Mauricio Macri haya sido el primero en reconocer al nuevo gobierno de Temer después de la injusta suspensión de Dilma.

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La sexualización del cuerpo de CFK y el machismo político.

Pretenden borrar de un plumazo a las brujas, a las yeguas, a las putas, como se tildaron a Dilma y a Cristina durante sus años de gobierno. No podemos decir con exactitud que estas mujeres, que encabezaron los procesos políticos en la Argentina y en Brasil, fueron feministas radicales. No obstante, siendo ambas las primeras en alcanzar la primera magistratura en sus respectivos países, nadie puede negar que transformaron la visión acerca del papel e importancia de las mujeres en el poder político. Además, las políticas de género tuvieron un espacio que fue -aunque limitado- un lugar de crecimiento organizativo. Políticas como la Asignación Universal por Hijo y la Asignación Universal por Embarazo en el gobierno de Cristina, así como las de inclusión social, de empleo y de vivienda en el gobierno de Dilma no mermaron la rabia misógina de la oposición.

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Graves expresiones de violencia contra las mujeres fueron la tónica de la protesta contra Dilma

El golpe de Estado en Brasil es representación de todos los golpes misóginos contra todas las mujeres que se han declarado en subversión. Acusada de nada, destituida sin razón jurídica alguna, el proceso contra Dilma es la representación del castigo patriarcal por atreverse una ex guerrillera a ser presidenta y representar una corriente progresista en el país más grande y poderoso de Sudamérica. Probablemente los machos brasileños nunca olvidaron su discurso cuando dijo en enero de 2011: «Vengo a abrir puertas para que muchas otras mujeres puedan, en el futuro, ser presidentas (…) Y para que —en el día de hoy— todas las mujeres brasileñas sientan el orgullo y la alegría de ser mujer».  Ante la violencia política, patriarcal y sexista que se ha desatado en Brasil en las últimas semanas, se ha abierto el camino de la organización de la resistencia y de la solidaridad internacional. La Marcha Mundial de las Mujeres (MMM) en Brasil hizo un llamado a los movimientos sociales de todo el mundo para rechazar el golpe de Estado y ONU mujeres ha repudiado la violencia misógina en el país.

El retorno del machismo político en Brasil y Argentina trae varios aprendizajes para América Latina: el concepto de género, tan temido por las clases dominantes heterocapitalistas, es radical. Las alianzas que se tejieron con los gobiernos progresistas para la promoción de la igualdad terminaron en fracaso. Las feministas tenemos que replantearnos urgentemente nuestras interrogantes sobre los límites de las reivindicaciones políticas y derechos en los Estados capitalistas patriarcales, así como  sobre los caminos emancipatorios que debemos construir.